Toda la vida en la tierra depende, directa o indirectamente, del agua. Una gran cantidad de especies, además, pueden subsistir únicamente con agua dulce, como es el caso de los seres humanos y una gran parte del mundo animal y vegetal.
El agua cubre ⅔ de nuestro planeta pero menos del 3% es agua dulce, y mucha de esta no está destinada a saciar la sed sino a cubrir necesidades de diferentes industrias. Entonces, por un lado tenemos un recurso vital y escaso y, por el otro, una extraña distribución del mismo.
Son cada vez más los territorios donde el acceso al agua corriente se ha vuelto una odisea. Y esto contrasta con sequía y olas de calor que de insoportables pasan a ser una amenaza concreta para la subsistencia. Recientemente, en un área de Irán se registraron hasta 65º de sensación térmica y de las canillas sólo salían gotas.
Por todo esto, es imperioso desaprender la manera en que venimos “mal utilizando” el agua, para aprender a cuidarla, utilizarla y distribuirla de manera adecuada. Este es uno de los principales objetivos de la Economía Circular, cuyo lema es “pasar de una economía lineal donde se descarta y deshecha, a una economía circular donde se cuida y reaprovecha”.
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